Cuando la luz artificial desaparece como sucede en San Vicente cada mes enero, el reloj retrasa su minutero a siglos pasados, quizás convirtiéndose en espacios algo tenebrosos aliviados por la luz que ilumina al Señor con un bosque de cera.
Luz pura de resplandor de épocas pasadas reflejadas en las bóvedas que observa el Dolor de María por ver sufrir a su Hijo yacido cargando con la Cruz de los cristianos venido desde San Vicente.
Se elevan hasta el cielo Altares efímeros, refrendando que la Cuaresma en la que vivimos cada día empieza a llegar a su madurez.
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